Por Lic. Francisco Vivas
Es innegable que, la primera imagen que se viene a la mente cuando se nombra el país del Nilo, o el estudio de su pasado, no es otra que la que tiene forma de pirámide. Esta ciclópeas construcciones, máxima expresión de la arquitectura egipcia en un periodo concreto de su historia, el Reino Antiguo (con matices), han cautivado y fascinado a incontables viajeros, estudiosos y eruditos a través de los años. Y aun hoy día siguen haciéndolo, imbuidas por un misterio fruto de algunas interpretaciones que aun se nos escapan, y que son caldo de cultivo para todo tipo de teorías sobre sus orígenes, propósitos o medios de construcción.
La pirámide, como es sabido, constituye la parte fundamental del conjunto arquitectónico destinado al culto funerario del rey. Dicho conjunto, aunque no de forma generalizada, se componía y definía en esencia con otra serie de elementos: un recinto amurallado, en su interior un templo mortuorio, pirámides u otros enterramientos secundarios orbitales, una rampa o vía procesional que comunicaba con el templo del valle o templo bajo…
Todo ello engloba una maquinaria perfecta de ingeniería cósmica, un exhaustivo complejo acorde a unas normas de orden universal que tendrán como eje principal los conceptos de la vida y la muerte, y los mecanismos para la transformación y tránsito entre una y otra.
Sobre el origen y el sentido simbólico de la forma piramidal se han escrito multitud de hipótesis. Las más aceptadas, son la que relacionan la construcción con la colina primigenia que surge de las aguas caóticas del Nun según las distintas cosmogonías egipcias; la que cree observar en su naturaleza una representación de la piedra Ben-Ben adorada en Heliópolis; o, sobre todo, la que define la pirámide como estructura base para la ascensión del alma del rey a una existencia celeste .
Sobre esta última concepción, han sido vertidas distintas conjeturas, relacionadas bien al origen escalonado de las pirámides, como sucesión vertical de mastabas, o como solidificación pétrea de los rayos solares, como elemento de transporte o camino espiritual del ka del difunto rey.
A pesar de que no podemos conocer con claridad la finalidad precisa de la pirámide, sí podemos confirmar que fueron construidas para garantizar la resurrección del faraón y su supervivencia en la otra vida, de acuerdo a una seria de creencias religiosas y mágicas que, atendiendo a los textos funerarios del periodo, los Textos de las Pirámides, se articulan en torno a dos aspectos cosmológicos bien diferenciados. De un lado, una serie de mitos solares, contemporáneos desde su raigambre a las concepciones de vida eterna y resurrección, y por otro unas ideas más antiguas relacionadas con la mitología estelar, es decir, de carácter nocturno. En la primera el rey es puesto en relación con el dios solar Ra, alegando algunos autores incluso la posibilidad de usar este rayo solar petrificado que es la pirámide como “escalera hacia el cielo” para unirse a la divinidad (en este sentido cabe destacar la gran cantidad de declaraciones en las que se le facilita al rey un medio para transfigurarse en un ser divino y, según parece, “ascender al cielo”). Mientras que la segunda se caracteriza por un camino a emprender que se dirige a las estrellas circumpolares, aquellas que no desaparecen nunca del cielo nocturno y, por ende, son consideradas como símbolo de eternidad. Es lógico pensar, por tanto, en una identificación constante del rey con estas estrellas inmortales, marca distintiva de la aspiración funeraria del rey difunto y que no es otra que la inmutabilidad, y la eternidad , conceptos que se van a asociar directamente con el mito solar, el proceso de momificación, de Osirificación ya desde este momento, y sobre todo a la relación del rey con Atum o Ra, los demiurgos creadores de la vida, y la elección de la pirámide como estructura funcional del complejo funerario.
Algunos elementos de la concepción egipcia del Más Allá
Exponer, aunque solamente sea de forma esquemática y abreviada, la evolución de la concepción religiosa egipcia del mundo que venía después de la muerte a lo largo de su historia, podría llevarnos horas y folios incontables. No es menester, por tanto, ahondar en elementos de sobra conocidos sobre espiritualidad o religiosidad.
Los egipcios imaginaban la otra vida como una existencia material, placentera, eterna, y perfectamente organizada, si atendemos a las inscripciones y representaciones plásticas que nos han dejado en sus tumbas . Esta segunda vida, en compañía directa de los dioses, tendría lugar en una realidad geográfica que nunca fue explicada de forma concreta desde el punto de vista geográfico, aunque tradicionalmente, por el hecho de la citada asimilación al sol y a las estrellas, se ha puesto en relación directa con el firmamento o el cielo estrellado.
Pero esta interpretación es harto confusa. El Más Allá ha recibido varios nombres a lo largo de la historia egipcia: Amentit, equivalente a occidente, un lugar extraño y oculto; Duat, término que define una región oscura de tinte subterráneo aunque con relación al tránsito celeste del dios Ra; o finalmente, el Campo de las Cañas, o de la felicidad, Ialu (Iaru), representado como un reflejo idílico de la realidad natural de Egipto (campos, canales, islas, ríos…) . De modo que, como vemos, salvo Duat, los demás términos no parecen estar directamente relacionados con una existencia celeste topográficamente hablando, aunque en ocasiones en los textos se hagan referencias a una apertura del cielo, o de sus pertas, para aquellos que ya han sido justificados.
En cualquier caso, lo que sí es evidente, es la creencia en un tránsito constante y voluntario del alma del difunto, que sí lo desea, y a través de los ritos estipulados al uso, puede reaparecer en la tierra, a través de su tumba, sea cual sea su morfología, y en tanto en cuanto haya un elemento de soporte bien conservado, ya sea preferentemente su propio cuerpo momificado, o una estatua que actúe de doble. De ahí la importancia de la momificación, o lo que es lo mismo, la durabilidad eterna del cuerpo del difunto, que habrá de tomar vida, renacer en cierto sentido, cuando su alma regresa a él.
Estelas de Falsa Puerta: entre el Mundo de los Vivos y el Mundo de los Muertos
La estela de Falsa Puerta es un elemento arquitectónico con forma de puerta, o sucesión de puertas, o fachada de palacio como han propuesto otros (serej) presente desde el Reino Antiguo en el interior de la tumba. Los egipcios la llamaron rut.
Gracias a esta mágica puerta el ba del difunto podía comunicarse con el mundo de los vivos y disfrutar de las ofrendas que se depositaban ante ella en una “mesa de ofrendas”, necesarias para que el fallecido pudiera seguir disfrutando de vida tras la muerte.
Si bien sobre la superficie de estas estelas se inscribían escenas del difunto, en ocasiones junto a sus padres, o su esposa, sentados ante las ofrendas, así como portadores, y alrededor, toda una serie de fórmulas “tipo”, que recogían los presentes que el rey ofrecía al difunto para toda la eternidad, y otro textos entre los que se encontraba el nombre del propietario del enterramiento junto a sus títulos, no tenemos constancia de ningún texto o referencia que nos explique, de primera mano, que esta era la función exacta de este elemento funerario.
No obstante, apoyándonos en el contexto en el que se enmarca, su disposición siempre en la pared occidental de la tumba, y algunas referencias que podemos encontrar en algunas de estas estelas en alusión a la venida, aproximación, o incluso materialización del difunto, podemos deducir que su finalidad es claramente esta.
Ahora bien, si tenemos en Egipto de forma bien definida y estandarizada el uso de este elemento como punto de tránsito espiritual para el ba (alma) del difunto entre este mundo y el otro, y lo tenemos perfectamente documentado a lo largo de toda la historia egipcia (excepto en momentos de culto específicamente solar, como durante la segunda mitad de la dinastía XVIII), incurriríamos en una contradicción al pensar que la pirámide en sí tendría la misma funcionalidad. Sería más lógico pensar, en relación al carácter celeste de la tumba piramidal, en una asimilación cósmica en relación a determinadas estrellas circumpolares (posible germen de las representaciones posteriores de techos astronómicos en las tumbas reales del Reino Nuevo), para lo cual se disponen una serie de elementos estructurales como podrían ser los llamados serdab, por ejemplo el de Sakara, o los canales de ventilación de la pirámide de Jufu, y perfectamente diferenciado de los elementos rituales de carácter solar, que siempre responden a un eje concreto, el este-oeste, y que pueden tener otra finalidad distinta a la de proveer al rey de una “escalera al cielo”.
Obeliscos y la Piedra Benben
Con el nombre de Piedra Benben (literalmente “copular”) conocemos un elemento de naturaleza mineral que era adorado, sobre todo, en la ciudad de Heliópolis, concretamente en el templo destinado al culto del dios Ra. Es imposible conocer con precisión qué fue exactamente, pero algunas hipótesis apuntan a que pudo tratarse de un cuerpo de origen espacial, meteórico, que al caer a la tierra fue venerado en clara asociación al sol o al ente celeste.
Debido a su forma más o menos piramidal, se ha querido relacionar, mitológicamente hablando, con ese primer montículo de tierra sólida que emerge del océano primigenio en el momento de la creación. Sin embargo, también se ha pretendido ver precisamente como una materialización de los rayos solares al caer sobre la tierra, idealización de Ra posando su poder para comenzar la creación del resto de la vida.
De ahí que se haya llegado a la conclusión de que la piedra Benben fue el elemento inspirador para la construcción de los elementos funerarios, pirámides, piramídeons y obeliscos, o incluso templos funerarios, todo ello cargado sin duda alguna con la intención de hacer llegar el poder simbólico de vida que los rayos del sol donan a la tierra que bañan. Y tan arraigada llegó a ser esta creencia, que la forma piramidal la podremos encontrar asociada a la arquitectura funeraria a lo largo de toda la cultura del Egipto antiguo.
De hecho, la influencia del culto al Sol dejó su marca en la arquitectura, bajo estos mismos términos, en los obeliscos. Incluso el término jeroglífico, Benben (o Benbenet) servía para definir la parte constructiva final de los obeliscos, el denominado piramídeon.
El origen de los obeliscos ha querido verse en la dinastía V, época en la que se añade el nombre de “Hijo de Ra” a la titulatura real. En los comienzos de esta dinastía nos encontramos con un texto, una teogamia, que alude al nacimiento del faraón como consecuencia de la unión del dios Sol y la reina que le había dado a luz. Este cambio de mentalidad, tras el pequeño paréntesis en el culto solar, y en consecuencia de las construcciones piramidales, al final de la IV dinastía, da origen a una nueva serie de construcciones de tinte solar que serán el germen de los obeliscos. El dios Sol va a ser reverenciado en construcciones templarias donde aparecerá un patio a cielo abierto, en el cual se erigirá una forma cónica levantada sobre un pilar formando un obelisco, estructura que a su vez descansaba sobre una base de forma de pirámide truncada. El conjunto, de líneas no tan esbeltas como las de los monumentos posteriores, constituye el origen de las agujas de piedra. Se cree que el primero de este tipo de templo fue el de Ra en Heliópolis, aunque no se ha conservado. Sí han sido excavados, sin embargo, algunos complejos funerarios de la V dinastía, aunque el único yacimiento que puede aportarnos algún dato concreto es el del templo de Ni-User-Ra cerca de Abur Sir.
Desde el punto de vista escultórico, nos interesa señalar de los obeliscos el material en el que se construían: generalmente granito (rojo) o en su defecto otros minerales de alto contenido de cuarzo, como el basalto gris o la propia cuarcita. Todos ellos materiales que, expuestos al sol, absorben gran cantidad de energía alcanzando una temperatura muy elevada.
Las pirámides, como podemos observar en sus restos, eran generalmente construidas en piedra caliza, mucho más fácil de trabajar. Sin embargo, hay elementos materiales que permiten entablar algunas similitudes con los obeliscos: no hay que olvidar que tanto la cámara mortuoria y principal de la pirámide, como el propio sarcófago destinado a albergar la momia del difunto rey, solían estar construidos con granito procedente de Asuán. Incluso en la base de la pirámide del rey Men-Kau-Ra, de la IV dinastía, aparecen restos de un revestimiento externo de granito. En otras, el revestimiento parecía esta formado por la misma piedra caliza, que una vez alisada y pulida, resplandecería de forma bastante notable bajo el sol de Egipto.
Así mismo, sabemos que tanto el piramídeon de los obeliscos, como la piedra angular que coronaba y culminaba las pirámides, solía recubrirse de materiales metálicos, tales como oro, plata, o probablemente una aleación de ambos, de nombre electrum, que de igual manera conforma un elemento de innegable eficacia para la conducción del calor y la energía solar.
Cuando, a finales del siglo XIX, los franceses fueron obsequiados con uno de los obeliscos de Ra-mes-su II erigidos frente al primer pilono del templo de Luxor, fue descubierto un hecho que ayudaría a comprender la finalidad de estas grandes columnas de piedra: en su base, justo en la superficie en la que apoya el peso de toda la obra, se encontraban los cartuchos del faraón tallados en bajo relieve . La ubicación de la titulatura real en este punto concreto, donde el obelisco toma contacto con la superficie de la tierra (obviando, claro está, su pedestal), induce a pensar en la intención de hacer llegar o canalizar toda esta energía recogida del sol hacia un elemento concreto, en este caso, el nombre de Ra-mes-su II, para influir mágicamente y cargar de vida al rey en sí mismo. No sería descabellado, por tanto, pensar que esta concepción, bastante simplificada o idealizada en la forma del obelisco, pudiera ser la finalidad misma de la pirámide, al representar materialmente en piedra los rayos vivificadores del sol cayendo sobre el cuerpo difunto del rey.
Deir el Medinah: la democratización del Más Allá
Esta idea funcional de la construcción triangular la podemos encontrar igualmente en los enterramientos de la dinastía XVIII y posteriores. La pirámide y la arquitectura funeraria continúan en estrecha relación durante el Reino Nuevo y en adelante, incluso hasta la dinastía XXV. La morfología típica de la tumba de este periodo, ya sea real o privada, incluye entre sus elementos característicos una construcción piramidal sobre la tumba, o mejor dicho, sobre la entrada de la tumba. En el caso de los enterramientos reales, realizados en el Valle de los Reyes, toman la forma de la montaña sagrada como topografía divina con forma y función de pirámide para ubicar los enterramientos al pie de su falda, en un uadi oculto.
Sin embargo, en el caso de las tumbas privadas y de nobles, encontramos un elemento arquitectónico característico con forma de pirámide a la entrada de cada recinto funerario, sobre la fachada de entrada a la capilla. Cabe pensar que la colocación de una pirámide sobre la tumba en sí, debería de tener la misma función ritual que la que podían tener las grandes construcciones que se realizaban en Reino Antiguo. Sin embargo, la inclusión, sin excepción, de una Estela de Falsa Puerta en el interior de la capilla funeraria, hace contradictoria la idea de colocar dos elementos de tránsito del alma entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos en un mismo complejo funerario.
Por eso es más lógico pensar en la otra opción. Si atendemos a algunas de las representaciones encontradas en las tumbas de Deir el Medinah, podemos encontrar grabados como el que sigue.
Es evidente que en esta representación, la pequeña pirámide colocada sobre la tumba, está recogiendo los rayos del disco solar que la montaña sagrada que alberga el hipogeo, meret-seger, dispone entre sus brazos, portadores de anjs (vida) sobre la tumba de los difuntos, a quienes se les está realizando el rito de apertura de la boca por un sacerdote sem. Es, pues, una evidencia que puede alumbrar la idea de que la forma piramidal, al igual que los obeliscos, tienen la función de traer cierta energía vital otorgada por el dios sol a través de sus rayos hasta la tierra, concretamente sobre el cadáver momificado, para impregnarlo eternamente de vida, y no como un elemento de tránsito espiritual. Es decir, el alma del fallecido no sube al cielo a través de la pirámide, sino que es el sol quien baja para resucitar mágicamente, cada día, el cuerpo del difunto, con la idea de mantenerlo, preservarlo, para que el alma pueda alojarse en él cada vez que regresa del mundo de los muertos.
El periodo amarniense
Durante la segunda mitad de la dinastía XVIII, los cultos religiosos, y por ende, los funerarios, cambiaron de forma drástica, sufriendo una evolución hacia el culto del disco solar Atón (Iten) de la que nunca llegaría a desprenderse del todo, a pesar de su triunfal “restauración”, el clero de Amón (Imen).
Como consecuencia de ello, y aunque desgraciadamente es un campo prácticamente desconocido puesto que no tenemos apenas elementos para poder estudiarlo, las construcciones funerarias de este periodo carecen de elementos arquetípicos propios del periodo inmediatamente anterior, como por ejemplo, la Estela de Falsa Puerta. El culto que predomina en este momento venera únicamente el disco solar, y a su imagen viviente y personificada, que es el faraón. Y debido a ello no llegan hasta nosotros elementos que definan en qué consiste la creencia funeraria en este momento concreto.
No obstante, si algunos elementos típicos se echan en falta en este momento, sí que aparecerán otros nuevos que no dejan de ser interesantes: una de las representaciones más repetidas durante el reinado de Aj-en-Aton y sus inmediatos sucesores, es la que muestra al rey, acompañado en ocasiones de su esposa e hijas, bañado por los rayos del disco solar, que, a través de sus rayos, con forma de brazos, está dejando caer los símbolos anj, es decir, está dando vida al faraón. Y, concretamente, estos rayos solares humanizados tienen una conformación triangular.
Conclusión
Las creencias religiosas egipcias fundamentan su origen, como las de todas las civilizaciones antiguas, en la observación y sacralización de la naturaleza. El origen de la momificación, la resurrección, el ciclo solar diario, las estaciones… absolutamente todo en Egipto proviene de una minuciosa contemplación del cosmos que les rodea.
La funcionalidad funeraria, ritual, mágica y simbólica de la pirámide como elemento asociado al enterramiento, ha de tener una raíz similar. Y, dado que conocemos las características esenciales del culto solar, origen de la existencia en el país del Nilo, y artífice de la vida (junto al Nilo) en la tierra, cabe pensar que, en su concepción de anhelar una vida eterna, esta deba de pasar por hacer llegar el poder del sol hasta el cadáver momificado del difunto, para toda la eternidad.
Bibliografía
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GRIMAL, N. “Historia del Antiguo Egipto”. Madrid, 1996.
HABACHI, L. “The Obelisks of Egypt: Skycrapers of the Past”. The American University in Cairo Press. Egypt, 1984.
LARA PEINADO, F. “El Egipto Faraónico”. Madrid, 1989.
LARA PEINADO, F. “Libro de los Muertos. Estudio preliminar, traducción y notas”. Madrid, 1989.
LEHNER, M. “The Complete Pyramids”. The American University in Cairo Press. Egypt, 1997.
MANNICHE, L. “The tombs of the Nobles at Luxor”. The American University in Cairo Press. Egypt, 1989.
SOLÉ, R. “Le Grand Vouyage de l’Obelisque”. Seuil Historie. Paris, 2004.
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LARA PEINADO, F. “Libro de los Muertos”. Tecnos (Grupo Anaya), Madrid, 1989 (4ª edición, 2005)
SOLÉ, R. “Le Grand Vouyage de l’Obelisque”. Seuil Historie. Paris, 2004.
La pirámide, como es sabido, constituye la parte fundamental del conjunto arquitectónico destinado al culto funerario del rey. Dicho conjunto, aunque no de forma generalizada, se componía y definía en esencia con otra serie de elementos: un recinto amurallado, en su interior un templo mortuorio, pirámides u otros enterramientos secundarios orbitales, una rampa o vía procesional que comunicaba con el templo del valle o templo bajo…
Todo ello engloba una maquinaria perfecta de ingeniería cósmica, un exhaustivo complejo acorde a unas normas de orden universal que tendrán como eje principal los conceptos de la vida y la muerte, y los mecanismos para la transformación y tránsito entre una y otra.
Sobre el origen y el sentido simbólico de la forma piramidal se han escrito multitud de hipótesis. Las más aceptadas, son la que relacionan la construcción con la colina primigenia que surge de las aguas caóticas del Nun según las distintas cosmogonías egipcias; la que cree observar en su naturaleza una representación de la piedra Ben-Ben adorada en Heliópolis; o, sobre todo, la que define la pirámide como estructura base para la ascensión del alma del rey a una existencia celeste .
Sobre esta última concepción, han sido vertidas distintas conjeturas, relacionadas bien al origen escalonado de las pirámides, como sucesión vertical de mastabas, o como solidificación pétrea de los rayos solares, como elemento de transporte o camino espiritual del ka del difunto rey.
A pesar de que no podemos conocer con claridad la finalidad precisa de la pirámide, sí podemos confirmar que fueron construidas para garantizar la resurrección del faraón y su supervivencia en la otra vida, de acuerdo a una seria de creencias religiosas y mágicas que, atendiendo a los textos funerarios del periodo, los Textos de las Pirámides, se articulan en torno a dos aspectos cosmológicos bien diferenciados. De un lado, una serie de mitos solares, contemporáneos desde su raigambre a las concepciones de vida eterna y resurrección, y por otro unas ideas más antiguas relacionadas con la mitología estelar, es decir, de carácter nocturno. En la primera el rey es puesto en relación con el dios solar Ra, alegando algunos autores incluso la posibilidad de usar este rayo solar petrificado que es la pirámide como “escalera hacia el cielo” para unirse a la divinidad (en este sentido cabe destacar la gran cantidad de declaraciones en las que se le facilita al rey un medio para transfigurarse en un ser divino y, según parece, “ascender al cielo”). Mientras que la segunda se caracteriza por un camino a emprender que se dirige a las estrellas circumpolares, aquellas que no desaparecen nunca del cielo nocturno y, por ende, son consideradas como símbolo de eternidad. Es lógico pensar, por tanto, en una identificación constante del rey con estas estrellas inmortales, marca distintiva de la aspiración funeraria del rey difunto y que no es otra que la inmutabilidad, y la eternidad , conceptos que se van a asociar directamente con el mito solar, el proceso de momificación, de Osirificación ya desde este momento, y sobre todo a la relación del rey con Atum o Ra, los demiurgos creadores de la vida, y la elección de la pirámide como estructura funcional del complejo funerario.
Algunos elementos de la concepción egipcia del Más Allá
Exponer, aunque solamente sea de forma esquemática y abreviada, la evolución de la concepción religiosa egipcia del mundo que venía después de la muerte a lo largo de su historia, podría llevarnos horas y folios incontables. No es menester, por tanto, ahondar en elementos de sobra conocidos sobre espiritualidad o religiosidad.
Los egipcios imaginaban la otra vida como una existencia material, placentera, eterna, y perfectamente organizada, si atendemos a las inscripciones y representaciones plásticas que nos han dejado en sus tumbas . Esta segunda vida, en compañía directa de los dioses, tendría lugar en una realidad geográfica que nunca fue explicada de forma concreta desde el punto de vista geográfico, aunque tradicionalmente, por el hecho de la citada asimilación al sol y a las estrellas, se ha puesto en relación directa con el firmamento o el cielo estrellado.
Pero esta interpretación es harto confusa. El Más Allá ha recibido varios nombres a lo largo de la historia egipcia: Amentit, equivalente a occidente, un lugar extraño y oculto; Duat, término que define una región oscura de tinte subterráneo aunque con relación al tránsito celeste del dios Ra; o finalmente, el Campo de las Cañas, o de la felicidad, Ialu (Iaru), representado como un reflejo idílico de la realidad natural de Egipto (campos, canales, islas, ríos…) . De modo que, como vemos, salvo Duat, los demás términos no parecen estar directamente relacionados con una existencia celeste topográficamente hablando, aunque en ocasiones en los textos se hagan referencias a una apertura del cielo, o de sus pertas, para aquellos que ya han sido justificados.
En cualquier caso, lo que sí es evidente, es la creencia en un tránsito constante y voluntario del alma del difunto, que sí lo desea, y a través de los ritos estipulados al uso, puede reaparecer en la tierra, a través de su tumba, sea cual sea su morfología, y en tanto en cuanto haya un elemento de soporte bien conservado, ya sea preferentemente su propio cuerpo momificado, o una estatua que actúe de doble. De ahí la importancia de la momificación, o lo que es lo mismo, la durabilidad eterna del cuerpo del difunto, que habrá de tomar vida, renacer en cierto sentido, cuando su alma regresa a él.
Estelas de Falsa Puerta: entre el Mundo de los Vivos y el Mundo de los Muertos
La estela de Falsa Puerta es un elemento arquitectónico con forma de puerta, o sucesión de puertas, o fachada de palacio como han propuesto otros (serej) presente desde el Reino Antiguo en el interior de la tumba. Los egipcios la llamaron rut.
Gracias a esta mágica puerta el ba del difunto podía comunicarse con el mundo de los vivos y disfrutar de las ofrendas que se depositaban ante ella en una “mesa de ofrendas”, necesarias para que el fallecido pudiera seguir disfrutando de vida tras la muerte.
Si bien sobre la superficie de estas estelas se inscribían escenas del difunto, en ocasiones junto a sus padres, o su esposa, sentados ante las ofrendas, así como portadores, y alrededor, toda una serie de fórmulas “tipo”, que recogían los presentes que el rey ofrecía al difunto para toda la eternidad, y otro textos entre los que se encontraba el nombre del propietario del enterramiento junto a sus títulos, no tenemos constancia de ningún texto o referencia que nos explique, de primera mano, que esta era la función exacta de este elemento funerario.
No obstante, apoyándonos en el contexto en el que se enmarca, su disposición siempre en la pared occidental de la tumba, y algunas referencias que podemos encontrar en algunas de estas estelas en alusión a la venida, aproximación, o incluso materialización del difunto, podemos deducir que su finalidad es claramente esta.
Ahora bien, si tenemos en Egipto de forma bien definida y estandarizada el uso de este elemento como punto de tránsito espiritual para el ba (alma) del difunto entre este mundo y el otro, y lo tenemos perfectamente documentado a lo largo de toda la historia egipcia (excepto en momentos de culto específicamente solar, como durante la segunda mitad de la dinastía XVIII), incurriríamos en una contradicción al pensar que la pirámide en sí tendría la misma funcionalidad. Sería más lógico pensar, en relación al carácter celeste de la tumba piramidal, en una asimilación cósmica en relación a determinadas estrellas circumpolares (posible germen de las representaciones posteriores de techos astronómicos en las tumbas reales del Reino Nuevo), para lo cual se disponen una serie de elementos estructurales como podrían ser los llamados serdab, por ejemplo el de Sakara, o los canales de ventilación de la pirámide de Jufu, y perfectamente diferenciado de los elementos rituales de carácter solar, que siempre responden a un eje concreto, el este-oeste, y que pueden tener otra finalidad distinta a la de proveer al rey de una “escalera al cielo”.
Obeliscos y la Piedra Benben
Con el nombre de Piedra Benben (literalmente “copular”) conocemos un elemento de naturaleza mineral que era adorado, sobre todo, en la ciudad de Heliópolis, concretamente en el templo destinado al culto del dios Ra. Es imposible conocer con precisión qué fue exactamente, pero algunas hipótesis apuntan a que pudo tratarse de un cuerpo de origen espacial, meteórico, que al caer a la tierra fue venerado en clara asociación al sol o al ente celeste.
Debido a su forma más o menos piramidal, se ha querido relacionar, mitológicamente hablando, con ese primer montículo de tierra sólida que emerge del océano primigenio en el momento de la creación. Sin embargo, también se ha pretendido ver precisamente como una materialización de los rayos solares al caer sobre la tierra, idealización de Ra posando su poder para comenzar la creación del resto de la vida.
De ahí que se haya llegado a la conclusión de que la piedra Benben fue el elemento inspirador para la construcción de los elementos funerarios, pirámides, piramídeons y obeliscos, o incluso templos funerarios, todo ello cargado sin duda alguna con la intención de hacer llegar el poder simbólico de vida que los rayos del sol donan a la tierra que bañan. Y tan arraigada llegó a ser esta creencia, que la forma piramidal la podremos encontrar asociada a la arquitectura funeraria a lo largo de toda la cultura del Egipto antiguo.
De hecho, la influencia del culto al Sol dejó su marca en la arquitectura, bajo estos mismos términos, en los obeliscos. Incluso el término jeroglífico, Benben (o Benbenet) servía para definir la parte constructiva final de los obeliscos, el denominado piramídeon.
El origen de los obeliscos ha querido verse en la dinastía V, época en la que se añade el nombre de “Hijo de Ra” a la titulatura real. En los comienzos de esta dinastía nos encontramos con un texto, una teogamia, que alude al nacimiento del faraón como consecuencia de la unión del dios Sol y la reina que le había dado a luz. Este cambio de mentalidad, tras el pequeño paréntesis en el culto solar, y en consecuencia de las construcciones piramidales, al final de la IV dinastía, da origen a una nueva serie de construcciones de tinte solar que serán el germen de los obeliscos. El dios Sol va a ser reverenciado en construcciones templarias donde aparecerá un patio a cielo abierto, en el cual se erigirá una forma cónica levantada sobre un pilar formando un obelisco, estructura que a su vez descansaba sobre una base de forma de pirámide truncada. El conjunto, de líneas no tan esbeltas como las de los monumentos posteriores, constituye el origen de las agujas de piedra. Se cree que el primero de este tipo de templo fue el de Ra en Heliópolis, aunque no se ha conservado. Sí han sido excavados, sin embargo, algunos complejos funerarios de la V dinastía, aunque el único yacimiento que puede aportarnos algún dato concreto es el del templo de Ni-User-Ra cerca de Abur Sir.
Desde el punto de vista escultórico, nos interesa señalar de los obeliscos el material en el que se construían: generalmente granito (rojo) o en su defecto otros minerales de alto contenido de cuarzo, como el basalto gris o la propia cuarcita. Todos ellos materiales que, expuestos al sol, absorben gran cantidad de energía alcanzando una temperatura muy elevada.
Las pirámides, como podemos observar en sus restos, eran generalmente construidas en piedra caliza, mucho más fácil de trabajar. Sin embargo, hay elementos materiales que permiten entablar algunas similitudes con los obeliscos: no hay que olvidar que tanto la cámara mortuoria y principal de la pirámide, como el propio sarcófago destinado a albergar la momia del difunto rey, solían estar construidos con granito procedente de Asuán. Incluso en la base de la pirámide del rey Men-Kau-Ra, de la IV dinastía, aparecen restos de un revestimiento externo de granito. En otras, el revestimiento parecía esta formado por la misma piedra caliza, que una vez alisada y pulida, resplandecería de forma bastante notable bajo el sol de Egipto.
Así mismo, sabemos que tanto el piramídeon de los obeliscos, como la piedra angular que coronaba y culminaba las pirámides, solía recubrirse de materiales metálicos, tales como oro, plata, o probablemente una aleación de ambos, de nombre electrum, que de igual manera conforma un elemento de innegable eficacia para la conducción del calor y la energía solar.
Cuando, a finales del siglo XIX, los franceses fueron obsequiados con uno de los obeliscos de Ra-mes-su II erigidos frente al primer pilono del templo de Luxor, fue descubierto un hecho que ayudaría a comprender la finalidad de estas grandes columnas de piedra: en su base, justo en la superficie en la que apoya el peso de toda la obra, se encontraban los cartuchos del faraón tallados en bajo relieve . La ubicación de la titulatura real en este punto concreto, donde el obelisco toma contacto con la superficie de la tierra (obviando, claro está, su pedestal), induce a pensar en la intención de hacer llegar o canalizar toda esta energía recogida del sol hacia un elemento concreto, en este caso, el nombre de Ra-mes-su II, para influir mágicamente y cargar de vida al rey en sí mismo. No sería descabellado, por tanto, pensar que esta concepción, bastante simplificada o idealizada en la forma del obelisco, pudiera ser la finalidad misma de la pirámide, al representar materialmente en piedra los rayos vivificadores del sol cayendo sobre el cuerpo difunto del rey.
Deir el Medinah: la democratización del Más Allá
Esta idea funcional de la construcción triangular la podemos encontrar igualmente en los enterramientos de la dinastía XVIII y posteriores. La pirámide y la arquitectura funeraria continúan en estrecha relación durante el Reino Nuevo y en adelante, incluso hasta la dinastía XXV. La morfología típica de la tumba de este periodo, ya sea real o privada, incluye entre sus elementos característicos una construcción piramidal sobre la tumba, o mejor dicho, sobre la entrada de la tumba. En el caso de los enterramientos reales, realizados en el Valle de los Reyes, toman la forma de la montaña sagrada como topografía divina con forma y función de pirámide para ubicar los enterramientos al pie de su falda, en un uadi oculto.
Sin embargo, en el caso de las tumbas privadas y de nobles, encontramos un elemento arquitectónico característico con forma de pirámide a la entrada de cada recinto funerario, sobre la fachada de entrada a la capilla. Cabe pensar que la colocación de una pirámide sobre la tumba en sí, debería de tener la misma función ritual que la que podían tener las grandes construcciones que se realizaban en Reino Antiguo. Sin embargo, la inclusión, sin excepción, de una Estela de Falsa Puerta en el interior de la capilla funeraria, hace contradictoria la idea de colocar dos elementos de tránsito del alma entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos en un mismo complejo funerario.
Por eso es más lógico pensar en la otra opción. Si atendemos a algunas de las representaciones encontradas en las tumbas de Deir el Medinah, podemos encontrar grabados como el que sigue.
Es evidente que en esta representación, la pequeña pirámide colocada sobre la tumba, está recogiendo los rayos del disco solar que la montaña sagrada que alberga el hipogeo, meret-seger, dispone entre sus brazos, portadores de anjs (vida) sobre la tumba de los difuntos, a quienes se les está realizando el rito de apertura de la boca por un sacerdote sem. Es, pues, una evidencia que puede alumbrar la idea de que la forma piramidal, al igual que los obeliscos, tienen la función de traer cierta energía vital otorgada por el dios sol a través de sus rayos hasta la tierra, concretamente sobre el cadáver momificado, para impregnarlo eternamente de vida, y no como un elemento de tránsito espiritual. Es decir, el alma del fallecido no sube al cielo a través de la pirámide, sino que es el sol quien baja para resucitar mágicamente, cada día, el cuerpo del difunto, con la idea de mantenerlo, preservarlo, para que el alma pueda alojarse en él cada vez que regresa del mundo de los muertos.
El periodo amarniense
Durante la segunda mitad de la dinastía XVIII, los cultos religiosos, y por ende, los funerarios, cambiaron de forma drástica, sufriendo una evolución hacia el culto del disco solar Atón (Iten) de la que nunca llegaría a desprenderse del todo, a pesar de su triunfal “restauración”, el clero de Amón (Imen).
Como consecuencia de ello, y aunque desgraciadamente es un campo prácticamente desconocido puesto que no tenemos apenas elementos para poder estudiarlo, las construcciones funerarias de este periodo carecen de elementos arquetípicos propios del periodo inmediatamente anterior, como por ejemplo, la Estela de Falsa Puerta. El culto que predomina en este momento venera únicamente el disco solar, y a su imagen viviente y personificada, que es el faraón. Y debido a ello no llegan hasta nosotros elementos que definan en qué consiste la creencia funeraria en este momento concreto.
No obstante, si algunos elementos típicos se echan en falta en este momento, sí que aparecerán otros nuevos que no dejan de ser interesantes: una de las representaciones más repetidas durante el reinado de Aj-en-Aton y sus inmediatos sucesores, es la que muestra al rey, acompañado en ocasiones de su esposa e hijas, bañado por los rayos del disco solar, que, a través de sus rayos, con forma de brazos, está dejando caer los símbolos anj, es decir, está dando vida al faraón. Y, concretamente, estos rayos solares humanizados tienen una conformación triangular.
Conclusión
Las creencias religiosas egipcias fundamentan su origen, como las de todas las civilizaciones antiguas, en la observación y sacralización de la naturaleza. El origen de la momificación, la resurrección, el ciclo solar diario, las estaciones… absolutamente todo en Egipto proviene de una minuciosa contemplación del cosmos que les rodea.
La funcionalidad funeraria, ritual, mágica y simbólica de la pirámide como elemento asociado al enterramiento, ha de tener una raíz similar. Y, dado que conocemos las características esenciales del culto solar, origen de la existencia en el país del Nilo, y artífice de la vida (junto al Nilo) en la tierra, cabe pensar que, en su concepción de anhelar una vida eterna, esta deba de pasar por hacer llegar el poder del sol hasta el cadáver momificado del difunto, para toda la eternidad.
Bibliografía
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