jueves, 2 de abril de 2009

“EL ESPLENDOR SAITA: la dinastía XXVI ”

Por Lic. Francisco Vivas
Con la dinastía XXVI, la que vamos a tratar hoy, nos adentramos ya de lleno sin ninguna duda en lo que se denomina Baja Época Egipcia. A medida que vamos avanzando en el tiempo, en la historia, vamos a ir descubriendo que a menudo, el tener más cantidad de fuentes, o más recientes, pese a ser un elemento que aporte más cantidad de datos para el estudio, lo que va a conseguir es complicar, sobre todo, las cronologías.
En un panorama arqueológico como el que deriva de este periodo, donde una gran cantidad de pequeños reinos tratan de hacer su vida, su comercio, sus creencias, al amparo de lo que el devenir tiene preparado para grandes imperios que surgen y decaen con una facilidad mayor que la de épocas anteriores, nos va a mostrar un Próximo Oriente complicado de encuadrar en la historia, con una cantidad de hechos inimaginable. Pero una cosa podemos deducir de todo ello: si bien hubo una época en la que el Próximo Oriente no era comprensible si no se trataba a la luz de la influencia de Egipto, ahora es evidente que no podemos comprender Egipto si no es a la luz de los acontecimientos del Próximo Oriente.
Para este momento concreto que nosotros vamos a tratar hoy, por ejemplo, tenemos como fuentes directas para su estudio tres tipos distintos de fuentes: por un lado las que nos aporta la egiptología, o mejor dicho, la arqueología egipcia. A estas hay que sumarles las de origen asiático, fundamentalmente las judías, recogidas en textos como la Biblia. Y finalmente también nos vamos a encontrar ahora con fuentes mediterráneas, fuentes griegas, que añadirán además la complicación de la traducción de los nombres.
La cronología no debe de presentar mayor complejidad si conocemos la sucesión lineal de los distintos monarcas, y sus respectivos años de reinado. Pero que nos coincidan las fechas obtenidas a través de todas estas diversas fuentes ya es una tarea mucho más complicada.
Como vimos al final de la conferencia de ayer, durante los conflictos mantenidos entre los últimos faraones de la dinastía XXV y los gobernantes del imperio asirio, varios príncipes egipcios del delta se alinearon del bando de los asiáticos, sobre todo los descendientes del antiguo enemigo saíta de los kushitas, el viejo Tefnakht. Como resultado, el príncipe saíta Necao (I) y su hijo Psamético (I) fueron recompensados con el gobierno del delta occidental, además de la ciudad de Menfis. Así es como surge el control o el poder de la dinastía XXVI, la de los príncipes de Sais.
Necao duraría poco como gobernante, ya que fue asesinado durante la última incursión nubia de Tanutamón, pero Psamético logró huir a Nínive, para regresar una vez que el ejército de Asurbanipal logró expulsar a los kushitas para siempre hasta sus tierras en el sur.
Desde cualquier punto de vista que se mire, Psamético I fue un súbdito fiel y leal a Asurbanipal. Incluso tenía un nombre sirio alternativo, Nabushezibanni. En UN primer momento, fue reconocido por los asirios como único gobernante del territorio egipcio, asignándole la responsabilidad (creyendo que así se conseguiría) de impedir cualquier tipo de levantamiento interno. Sin embargo, a medida que se fue desmoronando el poder asirio, minado por la creciente amenaza de la renacida Babilonia, fue siendo capaz de imponer su autoridad sobre otros gobernantes vasallos del país y acabó convirtiéndose nuevamente en un monarca de un Egipto relativamente unificado.
En cuanto a Tebas, primer y último bastión importante de la reminiscencia kushita, su adhesión quedó fijada en su noveno año de reinado por medio de la misma estrategia que había empleado Piankhy en su día: Nitocris, hija de Psamético, fue adoptada como sucesora de la Esposa del Dios Amón, Shepenwepet II, y de su heredera, Amenirdis II. Para ello, acompañó a su hija hasta Tebas con una imponente escuadra río arriba. Ante el hecho, Montuhemhat, profeta de Amón y máxima autoridad de Tebas, reconoce la soberanía de Psamético, frente a la leve influencia que pudiesen mostrar hasta ahora sobre la ciudad los etíopes. Este es un tema que daría para una conferencia entera, el relacionado con las divinas adoratrices de Amón y su importantísimo y relevante papel en todos los acontecimientos de esta época.
Lo que no deja de ser curioso es que se haga con el control territorial del país un rey que, por un lado, debe mostrar servidumbre a los intereses asirios, y debe doblegar su economía a mantener un ejército un tanto peculiar, como veremos ahora...
Psamético dedicó las otras cuatro décadas de su reinado a fortalecer el poder en el interior del país, ya que venía de una época bastante prolongada de enfrentamientos e inestabilidad política. Se emprendieron proyectos constructivos que únicamente se pueden concebir enmarcados dentro de un gobierno estable y unificado.
Respecto a la política exterior, que otra cosa podía hacer si no luchar por la independencia del país. Varios eran los enemigos que presionaban las fronteras de Egipto: libios por el oeste, kushitas por el sur, asirios por el este que no llegaban a infundir ya tanto temor como el que podían provocar los babilonios…
Pero claro, para ello, el primer y gran problema de Psamético era el de proveerse de los medios económicos y militares necesarios para la realización de sus ambiciones. Y si nos remitimos a las fuentes griegas, descubrimos que su salvación fue aliarse con el pueblo procedente de la única frontera que aun no le era hostil: los griegos y los fenicios por el norte.
Sin duda los extranjeros representaron un papel fundamental en la satisfacción de las necesidades militares de los egipcios. No cabe ninguna duda de que, en una gran parte, sus tropas estaban formadas por guerreros egipcios, pero las fuentes son tajantes respecto al hecho de que la principal fuerza de choque del ejército de Psamético estaba constituida por tropas mercenarias, especialmente Carios y Griegos de la Jonia. Después de asentar su poder sobre esa base económica y militar, Psamético pudo conquistar rápidamente a los príncipes rivales de la región del delta para después ampliar el dominio territorial de su reino.
Lógicamente, de esta forma comenzó a constituirse una apertura de Egipto en torno al mundo mediterráneo exterior, que iría en aumento durante los años de reinado de Psamético. Tras los militares, llegaron al delta los comerciantes, mercaderes y diplomáticos que hicieron posible que las relaciones entre Egipto y Grecia fuesen consolidando una base esencialmente económica. Egipto exportaba cereales, papiro y lino… y a cambio lo que recibía, entre otras cosas, era la presencia de estudiosos y filósofos helenos que tanta fascinación comenzarían a demostrar por el país de los faraones. Egipto comenzaba a adentrarse poco a poco en un periodo de cambios, del que no solamente él era partícipe, sino todo el Asia Menor, en interrelación con todo el mundo egeo.
Inició una expedición a Nubia probablemente con la intención de desanimar cualquier tentación que pudiera albergar el rey kushita de intentar una nueva aventura hacia el norte.
También se hizo necesaria la fuerza en la frontera libia para combatir la amenaza de los príncipes del delta convertidos en fugitivos. De hecho, hubo varios lugares especialmente hostigados en los que hubo que instalar guarniciones de defensa que garantizasen la seguridad, incluido un plan de construcción de fortalezas en el delta. Algunas estelas de carácter militar en la vía de Dahshur han conservado el recuerdo de esta expedición victoriosa.
Y en cuanto al este, la supremacía de asiria se veía tan comprometida que incluso Egipto se convirtió en aliado de su antiguo invasor, con el único intento de mantener alejada la influencia babilónica. De este modo, durante sus últimos años, Psamético I logró el control nuevamente de la costa Palestina.
No obstante, pese a esta apertura hacia influencias externas del valle del Nilo, incluidas las materias de arte, técnica o pensamiento, los egipcios no renunciaron nunca a sus valores nacionales. Más bien al contrario, Psamético perseguía la continuación de la vida inaugurada por los kushitas, en base a las fuentes más antiguas de la historia faraónica. Esto queda patente sobre todo en el aspecto religioso, donde el faraón mostrará un cuidado casi fanático en su búsqueda de la pureza original, o cuanto menos, a los aspectos anteriores a la influencia de la ocupación asiática. Se aprecia una gran multiplicación de los elementos rituales, sobre todo los relacionados con animales, como los que observamos en Bubastis, o el Serapeum de Menfis.
Lectura Verde
Este culto del dios Apis aporta un testimonio de lo más importante sobre la particularidad egipcia de su cronología, complicada como sabemos por tantas influencias externas como las que recibe el de la en este momento: Apis, como hipóstasis divina de Ra, posee de hecho su propia eponimia, que va a viajar paralela a la del faraón reinante. Como hemos visto en esta estela que hemos leído, se nos aportan fechas concretas de cada etapa de la vida del Apis, y realizan correspondencias con las fechas del gobernante reinante en cada momento. Hecho que nos puede ayudar a comprobar o dilucidar la duración de cada uno de los reinados.
Y esto, por otro lado, va a suponer un ligero desvío de la atención religiosa hacia el norte, desviando la atención de la ciudad de Tebas. Aunque sólo sea mínimamente.
Del esplendor y la prosperidad que alcanza Egipto bajo estas circunstancias tenemos una clara prueba en las ricas tumbas que los nobles se hicieron construir en Tebas o en la necrópolis menfita. Sin duda, Egipto continuaba siendo para el Mediterráneo un país a tener en cuenta. Pero no os engañéis, potencia y prosperidad, no obstante, que vienen de la mano de la decadencia asiria, quienes se veían asaltados por elamitas, maniqueos, cimerios, lidios, y babilonios.
En torno al año 610, Psamético I muere, dejando a su hijo Necao II el encargo de continuar su obra. Lo que no fue difícil, ya que el casi medio siglo que duró el reinado de su padre consiguió el éxito necesario en el resurgimiento del país como para que su hijo pudiera dedicar gran parte de sus recursos y energías a la puesta en marcha de una política expansionista en el exterior.
Necao II continuó la política de intervención en Siria-Palestina en apoyo a los asirios, sin duda con la única intención de ampliar su esfera de influencia. Si bien consiguió enviar oleadas que llegaron a alcanzar incluso el Eúfrates, no tuvo más remedio finalmente que establecer su frontera en Gaza.
Y por supuesto, en efecto, este soberano continuó la política de apertura al mundo griego, permitiendo incluso el asentamiento colonial de los mercenarios y mercaderes jonios en el país, algo que ya había empezado a ocurrir durante el reinado de su padre, así como la creación de una flota marítima capaz de hacerse valer tanto en el Mediterráneo como en el Mar Rojo. Para tal fin, en la zona del Uadi Tumilat, inicia grandes trabajos de infraestructura para crear una nueva vía comercial, un canal que uniese el Mar Rojo con el Mediterráneo, para el que destinó 120.000 operarios. Para controlar este nuevo comercio, se creó un nuevo puesto, una nueva ciudad, denominada Cieku, nombre de la región del Uadi Tumilat, que en egipcio se conocía como Per-Temu. Hoy sus ruinas se conocen con el nombre de Tell el-Maskuta, a unos 15 kilómetros al oeste de Ismailia.
Necao II consigue construir así una flota que, si bien no era fuerte en grado de rivalizar con aquellas de sus rivales mediterráneos, sí que consigue, entre otros felices resultados, el de abrir la vía a un periplo africano protagonizado por marineros fenicios. Este seré sin duda uno de los hechos relevantes de su reino, de los pocos, puesto que el legado de Necao II no dejó un buen recuerdo ni a sus contemporáneos ni a las generaciones sucesivas.
Cuando muere en el 595 a.C., deja un hijo y tres hijas. El varón reinará con el nombre de Psamético II, por un periodo de tiempo verdaderamente breve, ya que fallece en el 589. Su comportamiento sin embargo mostró gran energía, ya que se breve periodo en el trono contrasta verdaderamente con la gran cantidad de acciones que realiza al interior de Egipto, casi tan notables como los de su padre.
Igualmente, hace que su hija Ankhnesneferibra, fruto de su unión con la reina Takhut, sea adoptada como Divina Adoratriz de Amón, por parte de la actual, Nitocris, a la que sucederá en el 584. Con ello, se mantiene en Tebas una administración saíta desde la cual se puede comprender un gran auge y riqueza gracias, por ejemplo, a las magníficas tumbas que algunos funcionarios, como el Mayordomo de Amón Sheshonq hijo de Harsiesi, o Pedineith se hacen construir en el Assasif.
Los deseos de grandeza de Psamético II se manifestaron sobretodo en el exterior. De hecho, es como si el rey deseara particularmente equilibrar los efectos negativos de las políticas exteriores de sus predecesores. Regresando a los territorios del Próximo Oriente, Psamético II intentó nuevamente influenciar al reino de Judá, donde reinaba Gioiakim. En el año 597, Nabucodonosor II se apodera de Jerusalén, saquea el templo, deporta al rey a Babilonia con los miembros más importantes de la corte y hace coronar a su propio tío, Sedecías. Esto provocó una clara rivalidad entre Gioiakim y Sedecías, así como entre los partidarios de uno y otro. Desde el primer año de reinado de Sedecías, Egipto presiona a Jerusalén para que se rebele, realizándose un concilio antibabilónico en la ciudad israelita en el 594. En el 591 Psamético II realizó un viaje, en teoría pacífico, hasta Biblos. Digo pacífico porque en Egipto su regreso fue celebrado como una campaña militar tradicional. En cualquier caso, fue una demostración de fuerza que impulsó a Sedecías a rebelarse. Las consecuencias de sus acciones serán desastrosas para Jerusalén.
Pero si Psamético II es recordado por alguna campaña, es por la siguiente. En el año anterior se habían producido igualmente encontronazos, también provocados por Psamético II, contra el país de Kush, donde Anlamani había fundado el Segundo reino de Napata. El faraón ponía así fin a una época de paz que se remontaba a la época de Tanutamón. El ejército egipcio alcanza Pnubs, en la tercera catarata, y puede que incluso llegasen a Napata. Sin embargo, de forma extraña, Psamético no culmina su ataque, sino que sus tropas, entre los cuales había multitud de mercenarios carios que dejaron sus propios nombres incisos en Abu Simbel, se retiraron hasta la primera catarata. Esta zona, al sur de Elefantina, se va a convertir en una especie de frontera o terreno de nadie entre Egipto y Nubia. Los motivos de esta campaña son bastante oscuros: los textos oficiales la presentan como una campaña de pacificación provocada por una revuelta kushita, que en realidad nunca pareció existir. Después, los actos que suceden a esta campaña será la cancelación de todos los monumentos de soberanos etíopes en Egipto, como si Psamético II tuviese la intención de anular mediante esta damnatio memoriae la existencia de los antiguos adversarios de su propia estirpe.
Lectura Rosa
Bien, no deja de mostrarnos por un lado una victoria clara de las tropas egipcias, y por otro lado, un dato curioso, el hecho de que el faraón, lejos de ir a la cabeza del ejército y dar muerte personalmente a sus fieros enemigos, aquí se estaba dedicando a contemplar la belleza de los sicomoros cuando le llega la noticia de la victoria.
Psamético II muere en febrero de 589, antes de poder recoger ningún tipo de fruto de su política oriental. Su hijo, Wahibra Apries, deberá afrontar inmediatamente los problemas provocados por la revuelta de Sedecías, y de aquellos que se habían involucrado en el conflicto. Nabucodonosor II marchó sobre la ciudad de Jerusalén y la sitió durante dos años. También se aseguró el control de Fenicia, empadronándose con Sidón. No consigue lo mismo sin embargo con Tiro, que recibió ayuda por el mar de Apries. Se demostró así la efectividad de esta nueva flota. Por tierra, sin embargo, los egipcios no conseguirán los mismos éxitos, teniendo que retirarse del frente, dejando Jerusalén en manos babilónicas.
Las noticias de esta derrota llegan hasta la guarnición asentada en Elefantina, donde el general Neshor consigue reprimir un amotinamiento. Pero fue un signo premonitorio del final del reinado de Apries.
En el 570 Apries recibe la llamada de socorro de su vasallo libio Adikran de Cirene, que estaba siendo presa del ataque de los Dorios. El faraón envió una tropa de mercenarios que fueron derrotados nuevamente. Al regreso de esta desastrosa expedición, comenzaron a producirse revueltas entre estos mercenarios y griegos asentados en Egipto, que terminaría degenerando en una guerra civil entre fuerzas nacionales y mercenarios griegos y carios.
Los egipcios proclamaron como faraón al general Amasis, que se había cubierto de gloria en la expedición contra los Kushitas. Apries no contaba más que con el apoyo de sus mercenarios, con quienes afrontó a Amasis en Momenfis en el 570. Esta batalla supuso la muerte de Apries, y Amasis hace transportar su cadáver hasta Sais, donde le rinde honores funerarios.
Por otro lado, Nabucodonosor aprovechó este enfrentamiento para intentar invadir Egipto en el 568, pero Amasis consigue impedírselo.
Amasis consiguió ascender al trono arropado por las fuerzas nacionales egipcias, pero no por eso pudo desentenderse de todo lo que la influencia griega estaba provocando, tanto en el interior como más allá de las fronteras. Internamente intentó poner fin al problema adoptando una política que le permitiese eliminar los diversos focos extranjeros diseminados por el norte. Herodoto nos narra que el nuevo soberano reunió a los extranjeros en la ciudad de Naucratis, al sur de la futura Alejandría. Algunas excavaciones arqueológicas en este entorno han confirmado la existencia de grupos concentrados de extranjeros, algunos asentados ya desde época de Psamético I.
Lectura Naranja
Amasis les concedió importantes privilegios económicos y comerciales, como autonomía comercial, o lugares de culto propios. Esta economía servirá para impulsar la riqueza de la región del delta, y posteriormente de todo Egipto, alcanzando niveles muy elevados en tiempos de Amasis. Se piensa que aproximadamente la población que tenía Egipto en esta época rondaba los siete millones y medio de habitantes, cifra realmente elevada si la comparamos con otros países del Mediterráneo.
Queda patente pues la capacidad de Amasis como gobernante capaz de mantener unas propicias relaciones incluso con sus enemigos. Por ejemplo, algunos éxitos militares conseguidos en la isla de Chipre le garantizaron una ligera preponderancia en el Mediterráneo. Sin embargo, Amasis decide emplear esta nueva flota chipriota conquistada con fines comerciales, y de esta forma tejer una red de buenas relaciones internacionales, frente al inminente auge de los Persas, que estaban minando el poder de los babilónicos, y que le preocupaba tanto como a sus vecinos griegos.
Pero todos estos intentos no consiguen evitar lo que se mostraba ineludible: la reconstrucción del imperio persa, a todas luces futuro señor del Asia Menor: un imperio aun más potente del que lo había sido el Asirio.
Los únicos que podían hacer frente a semejante fuerza eran los griegos, protegidos por el mar en sus territorios y con técnicas militares que habían mostrado de sobra su efectividad en batalla. Egipto no podía hacer otra cosa que sentarse a esperar el ataque y confiar en que funcionase el entramado de relaciones que había desarrollado Amasis.
(Herodoto y la hija de Amasis ofrecida a los persas)
La muerte del rey Ciro, en el 529, retardó brevemente la invasión de Egipto. A la muerte de Amasis, en el 526, Psamético III sube a un trono que pendía de un hilo, y que estaba ya prácticamente rodeado por los persas. Cuando Ciro II ascendió al poder persa, marchó sobre Egipto en el 525 (hay otros autores que defienden que fue Cambises quien marchó hacia el Nilo antes de su muerte) y venció al ejército egipcio en el Pelusio. Psamético III huyó hasta Menfis, que, una vez más, se convirtió en baluarte y estandarte de la resistencia nacional. La ciudad fue capturada, y Psamético, aunque en un primer momento consigue huir, es capturado y conducido a Susa encadenado. Egipto se convierte entonces en una provincia más del imperio aqueménida. En un primer momento Psamético III es retenido en la corte persa, como prisionero, pero se le perdona la vida. A lo que el faraón egipcio respondió intentando una conspiración para recuperar su trono, tras lo cual fue ejecutado.
Después, durante el dominio persa, hubo breves brotes de insurgencia, buscando una imposible independencia, que se sucederán durante los siguientes dos siglos, pero se tratará cada vez de breves momentos de libertad precedentes de un severo castigo.