lunes, 11 de mayo de 2009

“LA DECADENCIA DE LA DINASTIA XIX ”

Por Lic. Francisco Vivas
Para comprender los problemas que provocaron la caída de la dinastía XIX, y en general para entender todos los devenires y altibajos de la clase política egipcia durante todo el Imperio Nuevo, conviene tener claro previamente el modelo general de la política de Egipto, tanto en el exterior, como sobre todo, en el interior.
Si bien las dinastías XVIII y XIX conforman el periodo en el cual Egipto llegó al auge de su esplendor político y territorial, la XIX también supuso el inicio del declive que el péndulo de la historia impone a todos aquellos que alguna vez estuvieron en lo más alto.
Los problemas internos que vivió la familia real, herederos del poder divino y supremo de las dos tierras, no significaron más que una señal de debilidad para todos aquellos enemigos que, desde fuera de las fronteras de la tierra negra, instigaron al país del Nilo durante esta dinastía. Con la caída de Ramsés II, Egipto fue perdiendo su poder sobre las tierras de la costa mediterránea, que quedaron divididos en reinos relativamente reducidos, sin que existiera, en principio, una potencia dominante. Y es importante el término “en principio”, puesto que muchos de estos nuevos pueblos, sobre todo los provenientes del Egeo, se unirán en coalición para conquistar terrenos en Asia, como analizaremos más adelante.
Un problema inherente a todo sistema de gobierno centralizado en un solo individuo, en este caso un faraón, es que sean cuales sean los poderes que éste pueda controlar, su efectividad política (y en ocasiones hasta su integridad física) dependen del apoyo y la cooperación de muchos otros. Pero en una coyuntura como la que vamos a encontrar en la segunda mitad de la dinastía XIX, lo que se dará será el caso contrario: cada uno intentará explotar la situación en beneficio propio.
Y un segundo problema que aparecerá en esta segunda mitad de la dinastía, más allá de este problema particular, será el de la concentración física del poder en uno u otro lugar dentro del propio sistema, lo que supondrá que uno o más individuos usurpen funciones importantes que no están reservadas para ellos, que en ocasiones están reservadas nominalmente para el rey, y que pueden llegar incluso a tener como objetivo la usurpación total del poder de la realeza.
En general, esta época que vamos a analizar un poco más en detalle, supone la antítesis de los triunfos que se habían logrado durante el Imperio Nuevo: solidez del poder real, con un papel del faraón explícitamente reconocido, una continua y brillante política de expansión territorial, una gran solvencia económica, que queda patente en el extenso programa de construcción de templos, y la aparición de una brillante mitología, casi siempre en referencia a los aspectos divinos de los miembros de la monarquía.
Pero en este momento, lo que se va a producir es el inicio de un cambio significativo y gradual en la naturaleza y fuerza del poder real. Y para entender este cambio, que tiene entre sus detonantes la difícil sucesión de Ramsés II, hay que entender previamente la estructura política de Egipto durante este período.
Dos eran los elementos que regían fundamentalmente esta estructura: la eficacia funcional, y las circunstancias geográficas. Esto dividía el gobierno en tres unidades fundamentales, de las cuales, solamente dos respondían a un principio funcional: el gobierno interno, y el gobierno de los territorios limítrofes conquistados. El tercero, los miembros de la familia real, la dinastía propiamente dicha, tenían un papel político muy limitado, pero iban a ser foco de las más peligrosas rebeliones, debido a que la mayoría de ellos estaban completamente excluidos de la vida política y militar, o también de la sucesión al trono, a no ser que quedara demostrada su pertenencia a una rama del linaje que por motivos de sangre o por sus propiedades divinas, pertenecían a una línea directa en la sucesión. Esto, que aparentemente debería constituir un freno efectivo para cualquier persona que pudiera tener las más mínimas pretensiones al trono de Egipto, no fue si no uno de los motivos por los que la sucesión del poder se convertiría en una lucha peligrosa, para la cual no se dudará en manipular la autoridad sobrenatural que pueda llegar a emanar de cada individuo.
Solamente los miembros de la familia real de demostrada fidelidad al faraón ocupaban algunos cargos relevantes, como es el caso del príncipe heredero, que solía ser nombrado “Gran General del Ejército”, o por ejemplo, la “Gran Esposa Real”, que se convertía en “Esposa Divina de Amón”. Esta posición tenía un doble sentido: no solamente justificaba el origen divino del faraón, ya que su madre era fecundada mágicamente por el mismo dios Amón, sino que además le otorgaba al rey poder sobre una parte importante de las posesiones del dios, y por tanto, limitaba el poder de los sacerdotes.
El gobierno interno de Egipto se dividía a su vez en cuatro unidades fundamentalmente, que a su vez se subdividían, generalmente en base a principios geográficos, con el fin de facilitar tanto la eficacia como la seguridad del poder real. El poder se mantenía centralizado mediante un grupo reducido, pero poderoso, de oficiales, que informaban en todo momento al rey, y que eran nombrados y destituidos por él. Entre ellos encontraremos a los personajes mas influyentes y poderosos del imperio nuevo, capaces de provocar las más peligrosas divisiones internas.
En segundo lugar, los cuerpos militares, que desempeñaban un papel relativamente pequeño en operaciones de gobierno, siendo su ocupación principal la de entrenar y tener a punto la maquinaria bélica, y de controlar y organizar todas las guarniciones de Egipto y de los territorios conquistados, de almacenar y distribuir las provisiones necesarias, y de organizar las movilizaciones cuando fuese necesario.
El gobierno civil era el encargado de las tareas más básicas de la economía del país: la agricultura, la hacienda, la justicia y el orden… Para ello contaba con un cuerpo de policía, relativamente débil, los Medyau.
El gobierno religioso era de los más peliagudos de controlar, junto con la propia dinastía. El Gran Sacerdote de Amón era, ciertamente, el hombre más poderoso de esta unidad gubernamental, y a menudo era director de todos los cultos y sacerdocios del país. No obstante, este cargo siempre ha sido ocupado por alguien muy cercano al faraón, o incluso por alguien de importancia real, ya que es lógico pensar que el faraón tenía un gran interés en mantener políticamente débil esta sección del gobierno, con grandes responsabilidades de carácter sobrenatural, y muy poderosa desde el punto de vista económico. Esto queda patente en la jerarquía mostrada en algunos relieves.
Así bien, queda demostrado que la integridad del estado egipcio dependía directamente del poder político del rey, de su prestigio militar, y de su autoridad religiosa, y estas son las tres cosas que, en esta segunda mitad de la dinastía XIX, se van a ir perdiendo como vas a analizar a continuación.

En el plano de política exterior, se va a producir un movimiento inverso a la expansión territorial que había caracterizado la política militar de las dinastías XVIII y primera mitad de la XIX, hasta la batalla de Qadesh. Ahora, la situación comenzaba a ser realmente preocupante. Asiria comenzaba a avanzar por el creciente fértil, y su rey Tukulti-Ninurta I ya había derrotado a Babilonia y conquistado la zona montañosa del norte del Tigris.
No obstante, en este frente, Egipto contaba con un colchón de seguridad, ya que fueron los hititas, aliados de Egipto desde el tratado de paz que firmaron en tiempos de Ramsés el Grande tras la citada batalla de Qadesh, quienes contuvieron este avance, estableciendo un punto fuerte en Siria.
Pero no se libraron, sin embargo, del azote de un grupo variado de contingentes humanos, provenientes del área mediterránea. Se trataba de una serie de oleadas de pueblos que, debido a las convulsiones provocadas entre pueblos y regiones en la zona de próximo oriente, intentaron hacerse con el control de las rutas comerciales, como la del Mar Negro. Se expandieron por el Asia Menor y las islas del Egeo, llegando hasta las costas de Libia, y luego, por tierra y por mar, avanzaron en busca de otros asentamientos más favorables. Y uno de los más favorables sin duda era el valle del Nilo.
Este contingente de naciones asociadas ha sido denominado historiográficamente como “Pueblos del Mar”. Dicho término se forjó en el siglo XIX, cuando el pionero en sus estudios, un conservador del Louvre llamado Emmanuel De Rouge, asentó las bases para el conocimiento de estas culturas que serían, posteriormente, aceptadas por historiadores y arqueólogos en lo tocante, cuanto menos, a la terminología. Sin embargo, entre las fuentes y textos egipcios, nos los encontraremos citados usando una gran variedad de apelativos, tales como: "los países del mar", "pueblos que venían desde sus islas en medio del mar", "guerreros del mar", "los del norte en sus islas"... todos en época ramésida (Dinastías XIX y XX) si bien ya podemos constatar algunas referencias a estos pueblos en época amárnica.
Sea como fuere, se convirtieron en uno de los enemigos más combatidos desde los tiempos de Ramsés II. Este faraón ya les hizo frente en batalla, en el límite líbico en torno al 1230 a. C., como indican las inscripciones del interior del patio del Gran Templo de Amón en Karnak. Allí se dan cita algunos de los nombres que nos permiten crear diversas teorías acerca del origen de estos pueblos. Se mencionan los libu, identificados con el pueblo libio, los mashuash, los lukka, los shekelesh, los sherden, y otros tantos que iremos viendo sobre la marcha. El conjunto de todos ellos aparece definido en los escritos como “toda gente del norte... que venían de toda clase de países”.
Nunca se debe de perder de vista la perspectiva de que no estamos hablando de un pueblo homogéneo y uniforme. Si nos centramos con detalle en estos contingentes, descubriremos que, pese a tener en muchas ocasiones algunas motivaciones comunes, dada la situación que se está viviendo en esta época concreta en Próximo Oriente, sus motivos generalmente eran diversos. Y, culturalmente, no podemos establecer un patrón único de comportamiento para todos los “Pueblos del Mar”, a pesar de las eventuales coaliciones militares que formaban entre ellos. Por no mencionar los documentados casos de mercenariado, como es el caso de los llamados sherden, a quienes vemos enfrentándose a los egipcios bajo el mando de Ramsés II en el frente de Libia, para encontrarlos unos años más tarde formando parte integrante de las milicias egipcias en la batalla de Qadesh.
Pero el problema no quedó solucionado con esta victoria egipcia. Ni tampoco por las medidas que se tomaron a raíz de estos enfrentamientos: el propio Ramsés II ordenó levantar una importante línea de fortificaciones en la zona del desierto occidental. Se trata de una irrefutable prueba de la importancia que la amenaza de estos pueblos representaba, tanto por su dureza, como por su asiduidad.
Sin embargo, pese a estas diversas crisis, los testimonios apuntan como conflictos más serios los que tuvieron lugar durante los reinados de Merenptah (segunda mitad del siglo XIII a C), y Ramsés III (principios del XII a C). Durante la época del faraón Merenptah, los sherden se unieron a una coalición entre los libios y otros Pueblos del Mar y atacaron nuevamente Egipto. Aunque fueron derrotados, esta campaña fue tan sólo la antesala de otros conflictos que tuvieron lugar después con Ramsés III, y que serán analizados detenidamente, haciendo un análisis de sus complejas fuentes, en la siguiente conferencia.
Pero para la campaña que tuvo lugar en época de Merenptah, tenemos como fuentes principales, entre otras, la Gran Inscripción de Karnak, las inscripciones del templo de Amada, o la Estela de Israel o de la Victoria, además de otras datadas en la dinastía XX, que hablan de las batallas de Merenptah, aunque, como es el caso del Papiro Harris, le adjudican estos méritos al faraón Ramsés III.
De estos textos se deduce que un gobernante de Libia llamado Meryey (hijo de Ded) había invadido la tierra africana de Tehenu con la ayuda de una liga de cinco Pueblos del Mar. Estaba constituida por los ekwesh, teresh, lukka, sherden y shekelesh. Más tarde, y aprovechando probablemente la ventaja de sus numerosas fuerzas, los libios atacaron el norte de Egipto junto a sus aliados, aproximándose a Menfis hasta que fueron vencidos por el ejército egipcio. Todos estos pueblos podían proceder de las costas del Egeo. Los teresh han sido relacionados con los "tyrsenoi", un nombre griego alternativo tanto para los lidios como para los posteriores etruscos. Los lukka han sido identificados como los licios, los sherden podían tener su patria en el área de Sardes, en Lidia. También los shekelesh han sido localizados en Anatolia occidental (probablemente venían de las tierras del río Shekha). Y con respecto a los ekwesh, es frecuente su identificación como aqueos, debido a la similitud de ambos términos. Los textos egipcios especifican, sin embargo, que éstos estaban circuncidados, lo que ha inspirado ciertas dudas sobre su origen helénico.
De esta forma, en el año V del reinado del sucesor del gran Ramsés, el faraón Merenptah, obtuvo una nueva e importante victoria egipcia, que no solamente rechazó con energía y contundencia esta nueva oleada de ataques, sino que consiguió hacerse con una gran cantidad de prisioneros.
Parte de esta victoria, Egipto se la debe a la despreocupación que sus militares podían mostrar hacia el frente oriental, donde tenemos confirmación de la continuidad que tuvo el tratado de paz firmado entre Ramsés II y Hatusil III, también bajo el reinado de Merenptah: en su cuarto año de gobierno, el faraón enviaba trigo a sus aliados hititas, que se encontraban bajo el asedio constante de los mismos vándalos que atacaban Egipto. El faraón manifiesta en el texto, refiriéndose a los Pueblos del Mar: "Su jefe es como un perro, pues causó un desastre a los Pedetishew, a quienes hice llegar grano en barcos, para mantener viva aquella tierra de Kheta." El término Pedetishew puede aludir a una región anatolia llamada Pitassa por los hititas, por lo que parece que dicha zona fue atacada por la misma coalición que se unió a los libios contra Egipto. O cuanto menos, por pueblos que algún tipo de relación mantenían con los Pueblos del Mar que estaban atacando el delta occidental. Es un dato muy importante, ya que hace posible relacionar el ataque a Egipto por los Pueblos del Mar con los problemas sufridos por los hititas en Anatolia occidental durante los reinados de Tudhaliya IV y Arnuwanda III. Los textos que no son egipcios involucran en estos ataques a los hititas con los "ahhiyawa", identificados por un amplio número de autores como "aqueos" o micénicos. También es sabido que Tudhaliya IV se apoderó de la isla de Chipre (Alashiya), una importante escala en las rutas comerciales del Mediterráneo oriental. Tal vez por esta época, una coalición de pueblos procedentes de Anatolia occidental, incluidos los ahhiyawa y los arzawa, atacaron este puesto hitita. Sea como sea, y para no desviarnos de nuestro campo, lo evidente es que los hititas estaban sufriendo el azote de otro bando de esta coalición de pueblos mediterráneos, y que supone una prueba indiscutible del mantenimiento de la alianza entre egipcios e hititas.
La famosa “Estela de Israel” (hoy en el Museo de El Cairo) es un texto que ordenó esculpir Merenptah en la cara posterior de una estela que había pertenecido a Amenhotep III, hace gala de esta victoria del faraón. El contenido, del que se hizo un duplicado en Karnak, remarca la victoria sobre los libios, principalmente, aunque su nombre, el de “Estela de Israel”, se debe a que, hacia el final del texto, y dentro de un resumen de la lista de enemigos derrotados y sometidos, aparece, por primera vez en la historia, el nombre de “Israel” (escrito y-z-r-a-l y acompañado del determinativo de “gente”, y no del de “país”).
La estela de Israel o de la Victoria
Traducción de Federico Lara Peinado: "Año quinto, tercer mes de la estación shemu, día 3, bajo la Majestad de Horus: Toro poderoso, que se alegra con Maat.Rey del Alto y del Bajo Egipto: Morueco de Ra, amado de Amón. Hijo de Re: Merenptah, que está satisfecho a causa de Maat. Se exalta la fuerza y se magnifica la potencia de Horus, toro poderoso, que golpea los Nueve Arcos y cuyo nombre es establecido para siempre y para toda la Eternidad. Se narran sus victorias en todas las tierras, de manera que cada tierra, reunida, conozca y admire la virtud en sus hechos valerosos.El Rey del Alto y del Bajo Egipto: Morueco de Re, amado de Amón El hijo de Re: Merenptah, que está satisfecho a causa de Maat, el Toro, señor de la fuerza, que masacra a sus enemigos, hermoso en el campo de batalla, en el momento de la victoria; la luz, que descubre las nubes que habían estado sobre Egipto y deja ver al País bienamado los rayos del disco del Sol; que aleja la montaña de bronce de la garganta de la gente para que pueda dar el aliento [de la vida] a los pueblos en apuro; que satisface el corazón de Menfis sobre sus enemigos y permite a Tatenen regocijarse sobre sus adversarios abatidos; que abre las puertas de la ciudad de la Muralla que habían sido atrancadas y deja que sus templos reciban sus alimentos [otra vez].El rey del Alto y del Bajo Egipto, Morueco de Re, amado de Amón, el hijo de Re Merenptah, que está satisfecho a causa de Maat, el único que vuelve firme los corazones de cientos de miles, mientras que, a su vista, los alientos [de la vida] penetran en sus narices.El país de los timihiu está destrozado, en su tiempo de vida y el terror permanece para siempre en el corazón de los mashauash. El hace retroceder a los libios, que habían [osado] mirar a Egipto; un gran temor, a causa de Egipto, habita en sus corazones.Sus tropas, adelantadas, abandonan los confines [del país], pues sus piernas no se aguantan derechas, excepto para huir. Sus arqueros abandonaron allí sus arcos. Los corazones de los que se apresuran son los de caminar. Desatan sus pellejos de agua y los arrojan al suelo; sus cargas eran desatadas y tiradas a un lado.El miserable príncipe, el vencido de Libia, había huido en la oscuridad de la noche, solo, sin ningún penacho en su cabeza; sus piernas estaban debilitadas. Sus mujeres fueron llevadas lejos de su presencia; se tomó laharina de sus provisiones; no había, incluso, agua en los pellejos para conservarle vivo. Las caras de sus compañeros, prestos a matarle, eran hostiles; entre sus comandantes uno luchó contra otro. Sus tiendas estaban quemadas, transformadas en cenizas. Todos sus bienes eran alimento para la tropa.Cuando alcanzó su país, estaba (sumido) en lamentaciones. Cada superviviente en su tierra estaba demasiado agraviado para recibirle. Un príncipe a cuyo mal penacho castigó el destino y todos, en sus villas le decían esto:¡El está en poder de todos los dioses de Menfis!El señor de Egipto hace una maldición de su nombre: Meriay es la abominación de la ciudad de la Muralla Blanca y [esto permanecerá] en su familia, de hijo en hijo, para la Eternidad.Morueco de Re, amado de Amón perseguirá a sus hijos y Merenptah, que está satisfecho a causa de Maat, le será dado como destino [Merenplah, héroe legendario].El ha llegado a ser una leyenda proverbial para Libia. Las jóvenes generaciones dirán unas a otras a propósito de sus victorias: Aquello no se hará así de nuevo desde [los días] en que Re lo ha abatido. Por eso, cada viejo habla así a su hijo: ¡Aflicción para Libia!Ellos han dejado de vivir del agradable modo del que va de un lado a otro en el campo. Van a ser reprimidos sus paseos en un solo día. Los tehenu están acabados en un solo año. Sutej se ha vuelto contra su jefe; sus pueblos han sido arruinados con su consentimiento. No hay trabajo para cargar fardos en estos días. Es, entretanto, conveniente ocultarse y es sólo en un agujero donde se está a salvo.El gran señor de Egipto es poderoso, la victoria le pertenece. ¿Quién puede luchar, conociendo su inexorable paso? ¡Imprudente y necio sería quien fuese en su contra! El que transgreda su frontera no conocerá el mañana.En cuanto a Egipto -dicen- desde los tiempos de los dioses [ha sido] el hijo único de Ra y su hijo es el que está en el trono de Shu. Ningún corazón sabría emprender un ataque contra su pueblo, porque el ojo de cada dios perseguiría a quien lo violase y él es quien acarrearía el fin de sus enemigos. Así dicen aquellos que observan las estrellas y los que conocen todas las palabras [mágicas] al mirar a los vientos.Un gran prodigio ha ocurrido en Egipto. El que la atacó ha sido metido en su mano como un prisionero vivo, gracias a los designios del divino, que ha triunfado sobre sus enemigos, en presencia de Ra.Meriay es quien hizo el mal y a quien ha abatido el Señor que esta en la Ciudad de la Muralla [Blanca]. Ha sido juzgado con aquél en Heliópolis y la divina Enéada lo consideró culpable de sus crímenes.El Señor del Universo dice: ¡Que se dé la cimitarra a mi hijo!, el justo de corazón, el gentil y bondadoso, Carnero de Ra, amado de Amón, el que es solícito con el Castillo del ka de Ptah; el que ha protegido aHeliópolis y quien ha abierto las ciudades que estaban cerradas; el que ha hecho libres a las multitudes que habían sido encerradas en todos los nomos; el que ha vuelto a dar ofrendas a los templos y deja que el incienso sea quemado ante el dios; el que ha hecho que los grandes recuperen la posesión de sus propiedades y que los pobres hayan vuelto a sus ciudades.He aquí lo que han dicho los Señores de Heliópolis acerca de su hijo, Merenptah, que está satisfecho a causa de Maat: "Que se le dé el tiempo de vida de Ra; así él podrá proteger al que está sufriendo a causa de algún país. Le ha sido asignado Egipto, como la parte de aquél que ha conquistado para sí, eternamente; por ello él puede proteger a su pueblo. Mirad, cuando se vive en la época de este héroe, el aliento de vida está en las manos del [rey] valiente. Los bienes corren como el agua para el que no toma a su cargo la mentira, pero el hombre de corazón malvado pierde lo que ha robado; [en cuanto] al que tiene a su cuidado bienes mal adquiridos, [sus bienes] irán a otros y no a sus hijos. Se dice también: "Meriay, el vil enemigo, el vencido de Libia, vino para franquear los muros de la villa de Ta-tenen, que es el señor de ella, mientras que su hijo había aparecido sobre su trono, el Rey del Alto y del Bajo Egipto, Carnero de Ra, amado de Amón; el hijo de Ra, Merenptah que está satisfecho a causa de Maat". Ptah dijo entonces al encuentro del vencido de Libia: "Que sean reunidos todos sus crímenes, y que ellos caigan sobre su cabeza. Ponedle en manos de Merenptah, a fin de que le haga vomitar lo que él había tragado, como un cocodrilo. Ahora, mirad, el hombre rápido se lleva al hombre rápido y el señor real cazará al que conocía su fuerza. Es Amón quien lo capturará con su mano y por eso lo asignará a su ka, en Hermonthis, al rey del Alto y del Bajo Egipto, Carnero de Ra, el hijo de Ra, Merenptah".[Himno a la paz]Una gran alegría ha venido a Egiptoy el júbilo se manifiesta en las villas del País bienamado.Ellas hablan de las victoriasque Merenptah logró sobre los tehenu.¡Qué amado es, el príncipe victorioso!¡Qué ensalzado es el rey, entre los dioses!¡Qué prudente es él, el señor del dominio!¡En verdad, qué agradable es sentarse y hablar! ¡Oh, caminar a grandes pasos por el camino, sin que haya temor en el corazón de las gentes! Las fortalezas están abandonadas a su suerte, los pozos son abiertos [de nuevo], accesibles en lo sucesivo a los mensajeros. Las almenas de los muros están tranquilas; únicamente es el sol quien despertará a los centinelas. Los madjai están tendidos y duermen; los nau y tekten están en laspraderas, según su deseo. El ganado del campo está suelto y vagabundea sin pastor, [incluso] cruzan la corriente del río. Ninguna llamada, ningún grito se alza en la noche: "¡Alto, mirad, un recién llegado viene hablando en lengua extranjera!". Se va y se viene cantando y no hay gritos como cuando hay aflicción entre las gentes. Las ciudades están habitadas de nuevo. El que siembra su cosecha la comerá.Ra se ha vuelto de nuevo hacia Egipto, mientras que ha sido puesto en el mundo, gracias a su destino, su protector, el Rey del Alto y del Bajo Egipto, Carnero de Ra, el Hijo de Ra, Merenptah.[La paz en el Imperio egipcio]Los príncipes están postrados, diciendo: ¡Clemencia!Ninguno alza su cabeza a lo largo de los Nueves Arcos.Libia está desolada, Khatti está pacificada,Canaán está despojada de todo lo que tenía malo,Ascalón está deportada, Gezer está tomada,Yanoam parece como si no hubiese existido jamás,Israel está derribado y yermo, no tiene semilla,Siria se ha convertido en una viuda para Egipto.¡Todas las tierras están unidas, están pacificadas!Todos los [países] que andaban errantes han sido unidos por el Rey del Alto y del Bajo Egipto, Carnero de Amón, el Hijo de Ra, Merenptah, dotado de vida, como Ra, cada día."
Sin embargo, a pesar de la existencia de esta fabulosa estela, una de las características del reinado de Merenptah, junto a la importante defensa de sus fronteras, es la escasez de obras internas, o la mala calidad de las pocas que se han encontrado, llegando incluso a la usurpación y destrucción de obras previas, para hacerlas propias o para erigir otras en su nombre. Curiosamente, la mayoría de estos ataques o apropiaciones se realizan sobre monumentos del faraón Amenhotep III, el gobernante más espléndido que tuvo la historia de Egipto, lo cual no dice mucho a favor de la situación interna que debía estar atravesando el país.
Y fue a nivel interno donde se produjo, sin lugar a dudas, el hecho más significativo que provocó el advenimiento de la crisis de esta dinastía, la primera de los Ramésidas: la conflictiva sucesión al trono que dejaría vacante, contando más de 80 años, el rey Ramsés II. En una estructura político-social como la que hemos analizado de forma muy breve anteriormente, la coyuntura creada por el gran número de descendientes directos del faraón, unido a la avanzada edad del monarca cuando abandonó el cargo, provocó las lógicas tensiones y disputas entre su abultada progenie. Egipto se vio inmerso en una serie de disputas entre facciones distintas de la misma familia, en conflictos armados entre padres e hijos, madrastras e hijastros, y egipcios de sangre real y políticos y cortesanos de origen extranjero. Por todo ello, el país de las dos tierras perdió el poco esplendor que había conseguido mantener, herencia de dinastías anteriores, y que, salvo un breve destello que se produjo con Ramsés III en la dinastía XX, jamás volvería a igualar en los años de historia que le quedaban por vivir.
Durante los últimos años de gobierno del anciano y ya enfermizo Ramsés II, los sacerdotes habían retomado un gran control del poder, favorecidos por la debilidad de la figura del rey. No es que este sea un hecho relevante para los problemas de sucesión que enmarcan este momento, puesto que no tenemos constancia de que el clero de Amón fuese determinante como pudo llegar a serlo, por ejemplo, en la dinastía XVIII, pero sí que existen una serie de elementos curiosos que podemos ir mencionando sobre la marcha, como el hecho de que prácticamente ninguno de los miembros de la familia real lleve en su nombre de coronación el nombre de Amón (todos son Seth y Ptah, dioses del norte, de donde proviene la familia), salvo el usurpados Amenmose, que gobernó en el sur como veremos en breve.
En cualquier caso, y sin ánimo de anticipar contenidos, se verá que llega a ser más determinante la intervención del ejército, como en la dinastía XVIII, que la del clero.
Merenptah, por tanto, era ya un hombre de avanzada edad al alcanzar el trono. El reinado tan prolongado de su padre (era el treceavo hijo de Ramsés II) no provocó otra cosa que recelos y fuertes pugnas entre los supuestos o posibles herederos. Por eso no es de extrañar que su periodo en el poder fuese tan corto.
Sus restos fueron encontrados por Víctor Loret en la KV35 (Amenhotep II), aunque conocemos la propia tumba personal de Merenptah, la KV8, donde debió ser sepultado en su momento, en un bello sarcófago de granito.
Pero la temida, aunque inevitable disputa por ascender al trono de Egipto se desató con la sucesión de Merenptah. Los aproximadamente quince años que pasaron desde la muerte del rey hasta el final definitivo de la dinastía de Ramsés II se convirtieron en una época oscura y tumultuosa de la historia de Egipto, que sus sucesores no dudaron posteriormente en ocultar.
Merenptah contrajo matrimonio con Isetneferet, identificada por varios monumentos en los que nunca recibe el tratamiento de hija de un rey, por lo que se la identifica con una posible hija de Khaemwaset, aunque no hay que descartar la posibilidad de que fuese una hermana del propio Merenptah. En un primer momento, se pensó que la sucesión en el trono del faraón Merenptah la realizó el hijo fruto de la citada unión (además de otra hija Isetneferet, atestiguada en un papiro, un hijo Khaemwaset que aparece citado en los relieves de Karnak, y un posible tercer hijo Merenptah de dudosa existencia), Seti-Merenptah, conocido como Seti II (Gardiner, 1958). Posteriormente, las investigaciones dieron lugar a una nueva teoría, que defendía que fue un tal Amenmose (o Amenmeses) quien ocupó el trono antes que él (Padró, 1997; Grimal, 1996; Pirenne, 1980…). Hoy en día la opinión más factible es la de pensar que Amenmose, un hijo de Seti II fruto de una relación con una esposa secundaria llamada Takhat, luchó por el trono contra su propio padre y consiguió hacerse con el control al sur de Egipto, frente a la opinión de que fue alguno de los numerosos hijos de Ramsés II que terminó ganando la puja por el poder al minado faraón Merenptah.
Como puede apreciarse, el debate acerca de la identidad de Amenmose es largo y complicado. Según los registros del Papiro Salt 124, que conservan los litigios contra Paneb, uno de los directores de obreros de Deir el-Medina, Amenmose gobernó apenas durante cuatro o cinco años. En este texto, el faraón Amenmose es mencionado con el nombre de “Messuy”, lo que podría ser una forma abreviada de su nombre adoptada como virrey de Nubia, dato que apuntan algunos indicios. Para otros, este apelativo sería una especie de epíteto común a todos los monarcas desde los días de Ramsés II (R.O. Faulkner, 1966). El caso es que en Amada hay una inscripción que se refiere a él como “el mismo hijo del rey”, lo que nos le colocaría como príncipe heredero directo, hijo de Seti II. Aunque bien podría simplemente referirse al “hijo del rey de Kush”, zona que él gobernaba.
Pero la referencia clave para desentrañar el misterio de la descendencia de Amenmose tal vez nos la puedan ofrecer dos estatuas que hoy en día aparecen inscritas con los nombres de Seti II. Ambas llevan textos que indican su pertenencia a la Gran Esposa Takhat, pero en una de ellas, que aun se conserva en Karnak, la palabra “esposa” ha sido esculpida sobre y en lugar de la palabra “madre”. Es decir, esta estatua en un momento determinado debió pertenecer a Amenmose, aunque fue recuperada por Seti II tras la derrota de éste. El caso es que podemos llegar, basándonos en estos dos indicios, a que la madre de Amenmose debía ser Takhat, y su padre, el rey, Seti II. Lo que no podemos atestiguar es qué acontecimiento se produjo antes, si el matrimonio de Seti II con Takhat, o el nacimiento de Amenmose. Tal vez el hecho de que, en la segunda estatua, que hoy se halla en El Cairo, el apelativo de esposa no aparece retallado, sino que parece original, puede dar a entender que esta escultura no fue manipulada por Amenmose.
Lo que no sabemos es quienes fueron los progenitores de Takhat, aunque perfectamente podría tratarse de una de las postreras hijas de Ramsés II, y por tanto ser tía de su esposo, aunque de similar edad.Salvo por este dato, es complicado saber exactamente cuánto tiempo detentó la corona, ya que tras su desaparición se produjo contra su figura una damnatio memoriae, al ser considerado un usurpador del poder legítimo. Con todo, llegó a prepararse su propio hipogeo (KV10) en el Valle de los Reyes, que jamás llegó a ocupar y que fue objeto de destrucción luego de su muerte.
Su sucesor, aunque en realidad deberían considerarse corregentes, puesto que nunca dejó de gobernar como heredero del trono de Egipto, fue el considerado legítimo heredero de Merenptah, a quien Amenmose había desplazado en el gobierno al sur de los oasis: su propio padre Seti II, que reinó por seis años y de los que, debido a la ausencia de documentación que nos hable de su época, se dice que fueron “pacíficos”, pero nada tampoco prueba que fuera así. De hecho, nos consta que pudo haberse producido algo semejante a una guerra civil por el poder, entre su hijo y él. Y tal vez este sea el motivo de que haya tan pocos testimonios.
El hecho es que poco o nada se sabe de su personalidad o de los hechos acaecidos bajo su mandato, excepto que las minas de Serabit el-Jadim en Sinaí fueron reactivadas según varias estelas dejadas por sus funcionarios.
Internamente, pocos son los restos que quedan de su paso por el trono de las dos tierras. El único gran monumento atribuible a su reinado es el templete para barcas rituales, dedicado a la tríada amonita, ubicado en el Primer Patio del Gran Templo de Amón-Ra en Karnak, a pesar de que algunas inscripciones suyas abundan en afirmaciones de haber emprendido “numerosas” construcciones.
El templo de Mut en Karnak también recibió unas pocas adiciones a su nombre, en tanto que en Hermópolis se contentó con terminar la decoración del templo de Thot que había sido comenzada por Ramsés II.
De lo que sí tenemos constancia histórica es de sus matrimonios, sin lugar a dudas una de las más influyentes razones del desequilibrio sucesorio en un momento tan frágil para la institución política egipcia, como venimos viendo hasta ahora. Al comentado matrimonio con Takhat, aparentemente la madre de Amenmose, hay que añadir su otra unión, con Tawsert, quien le dio un hijo llamado Seti Merenptah - tomando los apelativos de padre y abuelo, respectivamente -, quien falleció siendo muy joven.
Esto provocó en Egipto una coyuntura semejante a la se había producido unos cientos de años antes, cuando el faraón Tutmosis II, desposado con Hatshepsut, falleció, dejando como heredero a un joven Tutmosis III que hubo de compartir el trono con su madrastra: en este caso, aparece en escena Siptah, un joven príncipe, hijo de la reina Tia, esposa de Amenmose, y que descendía, por lo tanto, del usurpador. Esto sitúa a Tawsert como su madrastra, a la vez que habría sido la encargada del niño al morir o desaparecer su verdadera madre por causas que aún no se conocen.
Otros (como Padró), hacen de Siptah el propio hijo de Tawsert quien, naturalmente, luego de la muerte de su esposo Seti II y de su primogénito, Seti-Merenptah, pasó a ocupar la punta en la sucesión al trono de Egipto. Y, por último, no falta quien (Drioton o Vandier) haya hecho de Siptah el esposo de Tawsert, algo que actualmente parece estar descartado en forma unánime.
La figura de Siptah es una de las que mayores dificultades presenta para ser interpretada en esta época crítica y terminal de la Decimonovena Dinastía. El nuevo soberano parece haber contado con pocos años de edad y Tawsert, indiferentemente de si era su madrastra o su madre, se constituyó como regente para convertirse en la verdadera persona que controlaba y detentaba el trono de Egipto al cabo de seis años de compartir el poder. Prueba más que apunta hacia la teoría de la madrastra, ya que es extraño que una madre usurpe el trono a su propio hijo.
Es obvio que la burocracia estatal reconoció la autoridad ejercida conjuntamente por Siptah y Tawsert, como lo certifican los graffiti dejados por funcionarios egipcios en Nubia. Uno de estos grabados es de sumo interés para conocer al tercer personaje relevante de este reinado; fue registrado por Lepsius y en él puede verse a Siptah siendo homenajeado por Seti, Virrey de Nubia, y, detrás del rey, a un personaje conocido como Canciller Bay, de quien se dice, en unos textos de Asuán y Gebel el-Silsila, que fue “quien colocó al rey en el trono de su padre”, una afirmación notable que demuestra por un lado la importancia del papel que desempeñó este personaje en aquellas circunstancias, y por otro, aporta una pista más hacia la solución del misterio de la paternidad de Siptah.
De hecho, en Munich se encuentra una estatua que en su día representaba a Siptah sentado en las rodillas de otro rey. Por el contexto de la obra, podría deducirse que se trataba de su padre, pero la imagen de este último ha sido destruida y eliminada por completo. Y el único gobernante de esta época que pudo haber sido objeto de semejante aniquilamiento es Amenmose, quien, al mismo tiempo, sería el único rey que se habría visto obligado a promocionar de una forma tan patente y notoria a su hijo, para justificar su herencia y derecho al trono. Es más que probable que la destrucción de esta estatua haya tenido lugar después de la caída en desgracia del Canciller Bay o de la muerte de los propios implicados, momento en que no quedaría nadie que pudiese defender o rehabilitar la figura de Amenmose.
Respecto a la posible madre de Siptah, podríamos pensar en una esposa de Amenmose que aparece reflejada en una estatua de Karnak, pero cuyo cartucho ha sido borrado completamente. Ni siquiera el ajuar encontrado por los egiptólogos en el interior de la tumba de Siptah parece ser fiable. En las piezas que lo conforman, aparece nombrada la “madre del rey Tiaa”, pero no hay nada que demuestre que no pertenezcan a la madre de Tutmosis IV, procedentes de la tumba adyacente, la KV32, en lugar de a la madre de Siptah.
El por qué de esta situación de corregencia entre Siptah y Tawsert, así como de la presencia de una “mente gris” detrás del trono, puede explicarse por las condiciones de salud del rey-niño: según los estudios realizados en su momia padeció de poliomielitis y tuvo siempre un porte enfermizo. Es seguro que vivió por escasos años, probablemente no más de veinte, y, al morir, sin esposa alguna reconocida, fue reemplazado en el ejercicio efectivo de la realeza por Tawsert quien, de esa manera, al final gobernó como faraón, aunque solamente durante un par de años más.
Los textos inmediatamente posteriores a su reinado, que refieren a su persona y a la de Bay, no hacen de ellos un dechado de virtudes ni mucho menos; bien por el contrario, a ambos se les impuso una “leyenda negra” e incluso se condenó a sus personas al olvido, como parecería probarlo – en caso de comprobarse la relación en forma incontrovertible – el hecho de que, en el Papiro Harris I, a Bay se le da el nombre de Iarsu y se le atribuye un origen foráneo:
La tierra de Egipto estaba en manos de cabecillas y alcaldes de pueblo; uno mataba a su vecino, grande o pequeño. Y después de esto vinieron otros tiempos de años vacíos; Iarsu, un sirio que estaba con ellos como jefe, impuso tributo a toda la tierra entera, ante él, toda junta; unió a sus compañeros y tomaron sus posesiones. Hicieron que los dioses fueran como los hombres y ninguna ofrenda fue presentada en los templos
Al usar el término “años vacíos” se hace alusión a una época en la que el trono estaba siendo ocupado por alguien ilegítimo. Si, como piensan algunos, Bay era la persona detrás del nombre ficticio de Iarsu, probablemente el uso del giro sea correcto. Aunque es cierto que no tenemos noticias de que Bay se haya atribuido el trono o se haya hecho coronar faraón en ningún momento.
Es bien cierto, sin embargo, que su influencia debió ser enorme si juzgamos que obtuvo el derecho de hacerse enterrar en un sepulcro en el Valle de los Reyes (KV13). El fenómeno de personas de gran influencia o cercanía con el soberano, a las que les fue concedida una gracia similar, arranca con Imhotep y el faraón Djoser, en la tercera dinastía, y tiene un resurgimiento de nuevo en el imperio nuevo, con relaciones como Amenhotep III y Amenhotep hijo de Hapu, Amenhotep II y el soldado Mahirpra, o, como no, Hatshepsut y el arquitecto Senenmut, así que no nos puede sorprender el hecho en sí; el cual, por otro lado, no prueba, como no suele ocurrir en casi ninguno de los casos, que Bay reinara por sí mismo.
Si, como dicen algunos autores, Iarsu era Bay mismo, el apelativo ficticio podría entenderse como i(a)r-su, “aquel que se ha hecho a sí mismo”, y encajaría perfectamente en el papel de un político que se habría preocupado de hacer prevalecer en la puja por el trono al joven Siptah para obtener a cambio los favores necesarios, gracias, en ocasiones, reservadas única y exclusivamente a miembros de la familia real. Vendría a ser algo semejante a lo que pudo ocurrir entre Hatshepsut y Senenmut, pero a la inversa, sin romance de por medio. Quien sabe.
En cualquier caso, lo que es evidente es que se impulsó una “leyenda negra” sobre Tawsert y Bay, creada para desprestigiar sus personalidades: la primera sería condenada al olvido por su condición de mujer, como ocurriese con Hatshepsut, mientras que del último se decía que, después de haber sido un mero escriba con Seti II, tras la caída de Amenmose se habría ganado la frágil voluntad del niño enfermo, habría obtenido el control de la tesorería real y, de ese modo, este extranjero se habría hecho con el verdadero poder detrás de las bambalinas. Elementos, todos ellos, a los Tawsert puso freno para nombrarse faraón exclusivamente.

Siptah fue inhumado en su sepulcro del Valle de los Reyes (KV47). Al igual que Seti II, la misma fue construida en las cercanías del hipogeo de Tutmosis I (KV38), el iniciador del cementerio real de Tebas. Curiosamente, allí su nombre fue primero destruido y luego restaurado en circunstancias muy poco claras.
Así que a los seis años de ostentar el cetro y la corona, Siptah pasó a integrar la cohorte de Osiris y Tawsert tomó las riendas del trono abiertamente, llegando a reinar sola por dos años: fue la reina-faraón más fugaz en la historia del antiguo Egipto.
Sin embargo, su reinado parece haber sido muy activo, ya que dejó huellas suyas en las minas del Sinaí – lo que habla de la continuidad de su explotación desde los tiempos de su esposo Seti II – y hasta en la propia región de Palestina.
Se conocen también restos de construcciones a su nombre en Heliópolis y en Tebas, donde edificó su templo funerario, al sur del Ramesseum, y su sepulcro en el Uadi Biban el-Moluk (KV14), el cual no llegó a terminar, y no se sabe si a ocupar, ya que su tumba, al morir la reina por causas aun desconocidas, fue inmediatamente usurpada y concluida por Setnakht, el fundador de la Veinteava Dinastía y padre de Ramsés III, quien tan mal hablaba de Tawsert y sus antecesores según el Papiro Harris I. La usurpación del hipogeo se produjo cuando se estaba construyendo la tumba genuina de Setnakhjt (KV11) y, por accidente, los obreros invadieron la del conocido usurpador Amenmose (KV10), al que se vanagloriaba de “haber expulsado” del poder.
De esta manera, se produjo el final de la gloriosa Decimonovena Dinastía con el advenimiento de un nuevo rey que, por su nombre teóforo construido con el nombre de Seth, posiblemente haya pertenecido a alguna otra de las ramas de la extensa familia ramésida que pujaba por obtener la corona. Es probable que fuese nieto de Ramsés II por parte de alguno de sus numerosos hijos.
A pesar de que se dice que la transición entre esta y la nueva Veinteava Dinastía se produjo pacíficamente, gracias a la mano firme de Setnakht, las evidencias parecen apuntar más bien a lo contrario. De igual modo que el final de la dinastía XVIII se produjo de forma convulsa, con intervención militar por parte de un general como Horemheb, de igual modo ocurrió en el final de esta XIX con Setnakht tomando cartas en el asunto. Y ni siquiera así, el nuevo linaje estuvo seguro, ni en el trono – recordemos los exitosos atentados contra la vida de Ramsés III –, ni en las fronteras – en la próxima conferencia hablaremos de las renovadas embestidas tanto de los libios como de los “Pueblos del Mar” que tuvo que detener este último monarca -.
El ocaso de la gloria de la primera dinastía ramésida no fue una bella puesta de sol en el desierto, ni mucho menos, sino un verdadero torbellino tormentoso que nubló el horizonte de la monarquía egipcia y dio paso a una época de grandes tribulaciones de la que Egipto no volvería a recuperarse plenamente.